Entrevista a Luis Moreno Villamediana: El desafío y la anomalía de “Otono (sic)”

El orden de las palabras, sus ritmos y silencios tienen un efecto de extrañamiento en la poesía de Otono (sic), el más reciente libro del escritor marabino Luis Moreno Villamediana, publicado por la editorial Letra Muerta. Desde el título del libro (sí, es Otono sin ñ), Villamediana desafía al lector. No se trata de un poemario complaciente. Para entrar en él hace falta una lectura paciente y una disposición a sentirse un extranjero no solo en el territorio sino, especialmente, en el lenguaje.

–El libro es extraño y puede ser difícil de leer, incluso afirma: “la misión de un poeta consiste en hostigar con sorna a la audiencia”, ¿es esa una búsqueda consciente?

–Es necesario sacar al lector de sus casillas. Lo que trato de enseñar justamente es que la naturalidad no existe en el arte ni en la literatura. Ese hostigamiento me parece necesario para que el lector se dé cuenta de que hay propuestas alternativas, de que el margen existe. Al título le falta algo esencial, propio de la lengua de España, esa falta es deliberada. La idea es que el lector se sienta incómodo. No apoyo la conformidad, tiene que haber un proceso crítico cuando se lee.

–¿Se siente al margen de la tradición poética venezolana?

–Para ser sinceros creo que la poesía venezolana tiende a ser un poco marginal. Por suerte no ha habido una línea central que evidencie una cristalización lingüística en tales o cuales autores. Hoy, los más leídos como Eugenio Montejo y Rafael Cadenas son muy dispares entre sí y uno puede admirar la obra de alguno pero no estar de acuerdo con todo. Yo siempre he estado un poco distante con aquel verso famoso de Montejo que dice “Escribe claro, Dios no tiene anteojos”. Yo prefiero decir: escribe lo que quieras, Dios lo entiende todo. El centro es disperso y la poesía venezolana lo ha demostrado. No hay una esfera lingüística homogénea.

–A propósito de esa homogeneidad ¿la poesía en estos tiempos puede clasificarse en categorías canónicas?

–No. La propia idea del canon has ido suficientemente criticada. El canon es una especie de comodidad crítica, un conjunto de textos que se leen tradicionalmente, pero va añadiendo capas de significación a esos legados y a partir de esa lectura, un poco distorsionada o desviada, los textos de los poetas que nos anteceden adquieren una nueva significación. El canon es una postura crítica que ha ido socavándose y ampliándose. No puede hablarse de un canon cerrado. El canon es, como el universo, descentrado.

–¿Cuál es el legado con el que usted dialoga?

–A mí me interesa José Antonio Ramos Sucre pero lo que hago no tiene nada que ver con él. Yo no podría hablar de padres literarios sino de tíos literarios con los que tengo cierta afinidad. En relación con ellos mi nariz es un poco torcida. Leo mucho a Enriqueta Arvelo Larriva, Salustio González Rincones o Reynaldo Pérez So, pero en el lenguaje que uso probablemente no hay marcas de ellos, sino que es una especie de elección, una afinidad electiva. Uno va conformando una familia de pequeños monstruos, metafóricamente, donde uno quiere inscribirse a sabiendas de que el parecido no es completo. El canon se personaliza y va adquiriendo las propias mañas.

–Hablando de esa monstruosidad, ¿ve la poesía como un género que puede aglomerar o mutar en otros distintos?

–En este libro incluyo textos en prosa que originalmente eran correos electrónicos que les escribía a algunas personas desde Italia, comentándoles sobre la luz del lugar. Me interesa ese juego intergénerico: la prosa, las citas, un poco de ficción. Al mismo tiempo que uno critica el canon, uno debe, necesariamente, enfocarse en percibir las conexiones genéricas, no solamente como entidades completas sino entender que los géneros tienen una flexibilidad y el poema puede contenerla.

–Introduce versos de otros poetas y aprovecho para usar una pregunta que se hace en el libro ¿“cómo se revive en verso otro verso?

–Simpatizo con la tradición de la antropofagia brasileña: uno deglute, digiere y lo que se expulsa no se hace completamente, algo queda nutriéndolo a uno. Hay una frase de Paul Valéry que me gusta mucho “El león se hace de cordero digerido”. Creo que siempre hay una convivencia del verso que escribes con un lenguaje anterior, del cual uno puede o no tener consciencia, pero hay una experiencia acumulada que no es solamente vital. Creo que hay un entrecruzamiento constante en el lenguaje.

–En el libro el sujeto poético afirma “Escribo desde un lugar donde nunca has estado” ¿en eso consiste la poesía?

–Sí, hay un espacio utópico creado por la poesía que es un gran collage, una composición de entidades que uno ha vivido, pero hay un poco de ilusión, y de fingimiento. Me interesa esa idea de collage porque supone la utilización y recomposición de distintos materiales. Está el territorio que uno ha habitado pero también una extensión imaginaria. Uno puede vivir en Mérida o Caracas pero no es una geografía cerrada. Hay una plataforma ilusoria como las ciudades que uno querría construir superponiéndolas a la que realmente existe. El poema contribuye con la realización de ese otro espacio.

*Esta entrevista fue publicada originalmente en el diario El Universal (Caracas, Venezuela) el 28 de abril de 2017. Foto: Editorial Letra Muerta

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