Claudia Sierich: “Cada poema está inventando un pequeño idioma donde poder estar”

Claudia Sierich sabía desde temprana edad que su vida se movería en tres estadios fundamentales: la lectura, la escritura y la mediación entre distintos idiomas. Sus predicciones inocentes se cumplieron, pues por esos terrenos se ha movido por más de treinta años, ejerciendo un oficio que en muchas ocasiones pareciese invisible: la traducción.

Sierich creció en una familia de ascendencia alemana en Venezuela, de manera que el encuentro de estas dos culturas e idiomas tan disímiles generaba en ella una necesidad de erigir puentes entre ambas lenguas.

Sus procesos de creación se desarrollan en los ámbitos de la traducción y la creación poética y confluyen en su último libro Sombra de paraíso, una compilación de fragmentos en prosa poética y ensayística cuya reflexión central gira en torno al ejercicio de la traducción y su capacidad creadora.

La escritura de este proyecto literario surgió “por esa relación tan áspera y tan cariñosa, tan pasional y tan intelectual y racional con las palabras y con los idiomas”, admitió la autora.

Este libro, que goza de un carácter experimental, es definido por Sierich como un “ensayo radical” en la acepción de prueba que aguarda la primera palabra. A propósito de ello, la autora continuó su reflexión en una larga conversación con Correo del Orinoco.

En el libro hay una reflexión sobre el tiempo, además hablas de un “tiempo soberano”, ¿a qué se refiere?

— El primer capítulo del libro se dedica al tiempo, ¿el tiempo pasa o pasamos nosotros? El tiempo soberano es el tiempo que no se atomiza, que no se va. No es el tiempo con el que estoy entretenida y de repente pasó y no queda nada. Es un tiempo en el que obramos buscando sentidos a través de la traducción o de otras maneras. Vamos haciendo tiempo. Eso es entrar en un tiempo soberano que está desligado de las ortopedias cronológicas, de las economías, de los códigos de la sociedad, lo cual por supuesto, implica correr riesgos, ¿cómo te insertas en la sociedad, quién te paga, cómo te pagan, cómo se honra una traducción? Pero cuando tú te liberas despilfarras tiempo, exploras y buscas sentido en el tránsito entre palabras. Eso es tratar de hacer un tiempo soberano tuyo.

¿Cómo se relaciona ese tiempo con la poesía?

— La cuestión de la traducción y de la escritura creativa son dos formas de vivir, pensar y escribir que confluyen. No hay un límite muy exacto entre ellas. Mientras tú vas buscando sentido escribiendo un poema o trasladando un poema de un idioma a otro, haciendo lugar en otros idiomas, vas creando un tiempo. La relación reside en que el sentido o el posible sentido está íntimamente ligado a un tiempo válido, no el tiempo vulgar de lentejuelas, sino el tiempo libre, soberano. El sentido y el tiempo se conectan a través del gran regalo que puede ser la poesía.

¿La traducción puede ser creación?

— Sí. La traducción es creación, es recuperación de algo que está ausente. La traducción no es un calco, no es una copia. Eso es en parte con lo que lidia este libro. Yo tengo más de treinta años traduciendo cosas muy diversas, desde traducción lírica, interpretación diplomática, etc. Y para ser leal al contenido, al sentido, tienes que ser a veces infiel. En la traducción no hay calcos, sino que entras en otros espesores y termina siendo una creación. La traducción es una transcreación, es un transhablar.

¿Para qué sirve la traducción en ese sentido de recuperación del que hablas?

— En la traducción de cualquier texto que no sea utilitario hay diferentes niveles de traducción. La traducción sirve para una y otra vez correr la arruga del no sentido, del no pertenecer, de estar en una resonancia. La traducción también es estar en una resonancia con lo desconocido, entonces sirve para reinventarnos, sirve para trasladar asuntos muy sensibles de la vida, de un lugar a otro.

¿Qué se pierde en la traducción?

— Se puede perder o extraviar todo si quien acomete la travesura de traducir un poema no entra en resonancia con lo que se quiere traducir, o no lo entiende. Se puede perder todo si no logras trasladar eso ajeno, eso forastero del texto, al otro lado y que aparezca igualmente extraño. Cuando hacemos un pasaje por un paisaje siempre ganamos y perdemos algo, lo importante es que no se pierda lo esencial.

La traductora ejemplifica este asunto así: “Si vas a traducir un poema al alemán, que escribió un poeta en español, aunque su lengua materna es el hebreo, y el último verso es ‘Yo me acuesto’, y sabes que esa frase en hebreo tiene una connotación importante que significa que vas a descansar con tus muertos, no morir; puedes llevar esa imagen al poema en alemán, pero no exactamente con esas palabras dado que en alemán no significa lo mismo. Pero puedes trasladar de forma asimétrica o desplazada esas historias que están contenidas en los silencios de los poemas. También en nuestras mudanzas ganamos, en el nuevo lugar donde rebrota el poema traducido, éste puede llegar enriquecido, con más cosas que él autor quiso decir y no pudo decir en su idioma».

¿Allí hay una autoría entonces del traductor?

— Sí la hay y pienso que el traductor tiene que tener el desparpajo, el atrevimiento, la osadía y también la humildad de trabajar lo más libre posible para aproximarse infinitamente a lo que está traduciendo. El traductor no es transparente, no es un vacío. En un momento dado, José Balza, a quien admiro muchísimo, escribió en un libro suyo maravilloso que él interprete debería ser un vacío, una ausencia y alrededor de eso gira mi tercer capítulo, referido a una lógica del incremento, en el que planteo que no estamos perdiendo nada. Babel y los diferentes idiomas no son un castigo. Las lenguas son indómitas, son una dádiva. No somos transparentes, somos intérpretes.

¿Hay una reticencia con el oficio del traductor?

— Sí. El músico que toca una partitura debe interpretarla y se le pide que coloque su ímpetu, es lo deseable, pero con el traductor hay una mezquindad gigantesca. Hay una autoría en la traducción pero aun siguen no apareciendo los créditos. Se sigue diciendo que el traductor es un traidor y básicamente lo es porque que se le pide algo que no se puede cumplir: calcar, no se puede generar un calco. Yo no puedo repetir a Rafael Cadenas en alemán, pero si puedo con manos de terciopelo, instinto, cuidado y con un tiempo inconmensurable interpretarlo. El traductor transcrea, a veces lo hace muy bien, sin embargo de eso no se habla. No hay críticas de las traducciones.

¿En esa libertad que se requiere para traducir sin calcar, hay también una contención?

— Permanentemente, porque el texto es limitado, en el sentido en que tiene una cantidad de palabras, de versos. El potencial del texto es enorme, para no decir infinito. Es realmente inabarcable. El acto de traducir es un permanente sujetarse a las paradojas, que son permanentes porque tú te atienes, tú te rindes al texto, tú haces otro contendedor que contiene y entiende lo que estás trasladando. Hay una contención porque si no estás escribiendo una continuación del poema que estás traduciendo. Para traducir hay que liberarse de prejuicios porque puedes estar proyectando en el texto algo que no está allí, ya sea por tus conocimientos o por tu ignorancia. Es un proceso de liberarse y apegarse y por eso digo en el libro que somos siervos, somos oficiantes, estamos sirviendo y conteniendo a la vez. Si no hay contención se pierde todo.

¿Cuál es la diferencia entre traducir poesía y traducir otro género?

— La poesía se puede caracterizar por un uso descomunal del lenguaje, no usual, extraordinario, que fuerza la barra, genera casi un pequeño nuevo idioma, que inventa palabras o combinaciones de palabras de tal manera que en primer momento quizás no las comprendas, pero puedas comprender luego que estas van más allá de la conciencia y que de otra manera no se podría decir. El poema en un espacio pequeño lleva al máximo posible la sonoridad, el ritmo, la respiración y la búsqueda de sentidos. Eso hace que el traductor de poesía sea sometido a una mayor exigencia. La poesía se lee lento. Las diferentes formas de leer y acometer la poesía te muestran cómo es ella en el lenguaje y hace que el traductor tenga que ser igualmente lento, exigente y complejo. También pasa en la novela, pero en la poesía todo eso es comprimido. El traductor también es un poeta.

Sierich también añade a estas diferencias una de índole económico, “La poesía no circula económicamente, lo que vende son las grandes novelas. Entonces el traductor que se dedica a esto entra en grandes riesgos porque requiere de mucho tiempo y tino para lograr traducir poesía, y sin embargo es poco remunerada”, dijo.

Escribió “Cada idioma su carisma, cada poema una teoría de traducción”, ¿por qué?

— Sí. En cada poema hay diferentes sensibilidades y diferentes exigencias lingüísticas. La traducción de un poema es la crítica de un poema, de algún modo, porque el que traduce va conociendo todo el andamiaje del poema. Cada poema una teoría de la traducción porque este asunto de la traducción aunque en los últimos años ha sido realmente investigado de forma académica, la traducción sigue siendo un arte o un oficio, no totalmente formalizable. Obviamente, debes manejar la sintaxis, la gramática, la ortografía de un idioma y del otro. Pero ¿cómo se hace una traducción? eso no es formalizable, como lo es arreglar el motor de un carro. Por eso cada vez, con cada poema o con un compendio de poemas se genera una propia teoría de traducción. Cada poema está inventando un pequeño idioma donde poder estar.

Dice en el libro que los idiomas no le generan sosiego, ¿a qué se refiere?

— No estoy tranquila en ningún idioma, no me brinda sosiego ninguno, primero porque los idiomas son inquietos, indómitos, y segundo porque son usados de una u otra manera. Entonces te puede inquietar, el idioma, incluso te puede expulsar en un momento dado. Para mí es importante lo que pueda leer u oír en un determinado idioma, no importa cuál, a eso me refiero con la caricia, la caricia que me da otro idioma sí me hace sentir en casa. Hay una fuerte acepción de los idiomas de que son patria, de que son hogar. Y es verdad, un pueblo o una persona que pierde su idioma a la fuerza, porque otro se lo impone, se queda sin su identidad. Cuando un idioma desaparece, desaparece conocimiento que no está en otra lengua. Un ser sin lengua es una persona perdida, desesperanzada. Por otro lado, tu lengua, tu idioma puede ser sitiado y puedes de repente no reconocerte en él. En Alemania se vivió, se impuso un idioma que anulaba a los propios alemanes.

Sierich celebró que en Venezuela se siga escribiendo y publicando, pues esto permite “resguardarnos contra un empobrecimiento de la lengua nuestra que es riquísima”, expresó.

Biografía mínima

Claudia Sierich nació en Caracas en 1963. Es traductora, interprete de conferencias y poeta. En 199 ganó el Concurso de Poesía del Taller Literario Lugar Común de la Universidad Simón Bolívar. Su primer poemario Imposible lugar fue ganador del Concurso Autores Inéditos de Monte Ávila en 2008, y recibió una mención honorífica por parte del Premio Municipal de Literatura de Caracas en 2010. Dicha la dádiva es su segundo poemario publicado por Equinoccio. En 2008 fundó el Festival Traficantesdepalabras que reflexiona en torno a la traducción de forma experimental.

* Entrevista publicada originalmente en Correo del Orinoco, el 8 de noviembre de 2015. En el siguiente link pueden leer la entrevista en la versión digital del diario http://www.correodelorinoco.gob.ve/wp-content/uploads/2015/11/CO2204.pdf

Un comentario Agrega el tuyo

  1. gallegorey dice:

    Un blog muy bien trabajado y de gran interés para mí

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario